El problema del turismo masivo había desfigurado el centro de Barcelona hasta convertirla en un parque temático. Pero las calles de la ciudad más turística del país, una de las 20 más visitadas en todo el mundo, fueron por unos días propiedad de quienes las habitan. Los turistas volvieron, pero entonces, durante los días posteriores al confinamiento del año pasado, Barcelona parecía una ciudad distinta.
Los niños y no tan niños ocuparon sus plazas, lugares que dejaron de ser de paso para serlo de reunión. Una situación insólita que no sabíamos cuánto iba a durar (poco, sospechábamos) y que el fotógrafo barcelonés Sergi Bernal retrató en una imágenes históricas.
Sergi vive desde hace 13 años en el Gòtic. Caminar por sus calles era un trámite: ir del punto A al punto B. Un trámite a veces incómodo. Entonces, dice Sergi, «caminar por el Gótico era extraño. Una zona donde solo veías gente vecina, donde los comercios que no son para los vecinos estaban cerrados, o sea, que había la tira de cosas cerradas. Es una sensación extraña pero, a la vez, ves que en las plazas los chavales ya no van de camino de una plaza a otra, los chavales conocen a los chavales de su barrio que no conocían, antes solo conocían a los de su escuela».
Impacta que las calles fueran entonces un punto de encuentro, un lugar donde quedar para quedarse. «Mientras antes íbamos al Parque de la Ciutadella, luego empezamos a ir a la Plaça de la Catedral o la Plaça de la Mercè, o la Reial o Sant Felip Neri […] La Plaça de la Catedral era -vuelve a ser hoy- zona de paso, de concentración de los guías turísticos, pero también de cola de turistas que querían acceder a la Catedral que cortaba la plaza en dos. Allí no se podía hacer mucha cosa, ni podían jugar al futbol, ni al bádminton, ni a nada», explica Sergi.
Aun así, parece que con la apertura de las fronteras el verano del año pasado las aguas vuelven a recorrer su cauce. «El fin de semana pasado -nos decía Sergi en julio del 2020- ya se han oído los primeros gritos, las primeras borracheras que te despiertan a media noche. Está claro que el turismo es necesario, todos somos turistas, pero en Barcelona hace falta una regulación de ese turismo, que cada año no haya familias que desaparezcan del mapa, compañeros de clase de tu hijo que se van a otros barrios porque los alquileres los ahogan, comercios locales que cierran y abren locales de souvenirs, comercios que no están a tu servicio y ocupan una parcela de tu barrio aunque no está hecho para ti, terrazas de cervezas a cinco euros que ahora valen dos porque los comerciantes locales se han adaptado a la nueva realidad», defiende.
Fotografías: Sergi Bernal