El dedo de la estatua de Colón es indistinguible de la silueta de Barcelona. Ese dedo desproporcionado, de 50 cm, largo como dos paquetes de cereales juntos, lleva desde 1888 señalando al mar, en dirección contraria a la América que el dueño del dedo descubrió para los europeos.
La falange más famosa de Barcelona lleva más de un siglo dominando con su gesto el puerto de la ciudad, homenajeando a un personaje que nació hace más de 500 años en algún lugar desconocido que, probablemente, no fuera Barcelona. Pero el mismo viento que lo llevó a América trae hoy vientos de cambio, y la estatua, que hasta hace no tanto parecía inamovible, tiene cada día un futuro más incierto.
Cada vez más voces cuestionan la presencia apabullante de un monumento que homenajea al hombre que con su viaje dio inicio a la colonización de América, uno de los episodios que más problemáticos de la historia de Europa y sus conquistas. Ahora que un estudio de arquitectos ha planteado tapar el monumento con un «Árbol Colonizador», repasamos la historia de uno de los monumento más emblemáticos de Barcelona y el camino que han seguido las voces que lo critican.
El símbolo de la primera globalización de Barcelona
En 1888 Barcelona celebró su primera gran Exposición Universal. Lo que hoy en día es la Expo continúa celebrándose en distintas ciudades del mundo, y aunque su relevancia se ha reducido, en aquella época el impacto del evento era similar al que ahora tienen los Juegos Olímpicos sobre las ciudades: verdaderos hitos que suponen cambios drásticos para la urbe.
La Exposición Universal supuso el primer gran evento urbanístico y turístico de la ciudad. Barcelona construyó el Parque de la Ciudadela sobre los antiguos terrenos de la fortaleza y mostraba la incipiente urbanización del Eixample. De abril a diciembre la ciudad iba a recibir cientos de miles de visitantes (algunos hablan de 400 mil, otros de dos millones), y alguien tenía que recibirlos. En una época con trenes pero sin aviones, se concibió una joya de la corona que diera la bienvenida a los visitantes que llegaban por mar, y que se mostrara en el símbolo del poderío que la ciudad quería transmitir con su gran exposición.
Y así nació la estatua de Colón. Cuando se construye el pedestal de la estatua se convierte en la columna más alta del mundo (63 m.), una que en su interior alberga el primer ascensor de Barcelona, todavía en funcionamiento, disponible para visitar el mirador albergado en la corona de Colón. Cataluña demostraba al mundo su poderío económico y tecnológico, y se presentaba al mundo como la nueva américa de españa, el lugar donde todo estaba por pasar. El mensaje que transmitía el monumento era que el futuro no estaba allí donde el dedo señalaba, si no en la estatua que lo sujetaba.
El cuestionamiento contemporáneo
Desde su construcción hasta el siglo XXI, la estatua vivió en calma, convirtiéndose en el icono turístico de la ciudad que nació para ser. Aunque la simbología del pedestal homenajea la historia de la descubierta de América y la de la colonización, el monumento nunca tuvo mucha relevancia política, y siempre fue más una postal donde sacarse fotos que una plaza en la que manifestarse.
Y aunque el monumento ha vivido diversos episodios más o menos curiosos, como cuando el alcalde Trias la cedió a Nike para una campaña en que la estatua apareció vestido con una camiseta del Barça, la verdadera polémica estalló en 2016, 128 años después de la construcción del monumento.
Aquel año, la CUP pidió en el pleno de la ciudad la retirada de la estatua para su conservación en un museo, y su sustitución por «un símbolo de la resistencia americana contra el capitalismo, la opresión y la segregación indígena». Aquel mismo año, el 12 de octubre, el Día de la Hispanidad (y de la descubierta para los europeos de América), manifestantes decoloniales en protesta contra este día pintaban la estatua de Colón para reivindicar lo mismo que la CUP había pedido unos días antes.
Eran los primeros síntomas de una opinión que se ha ido extendiendo. La petición de la CUP, tan sorprendente en su momento, ha resultado ser la voz pionera de un sentir cada vez más extendido, que busca revisar los monumentos de la ciudad para adaptarlos a la relectura crítica de unos libros de historia que han tendido a ensalzar al poderoso y olvidar al oprimido. La misma alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, se ha mostrado a favor de, si bien no derribar el monumento, sí intervenirlo para eliminar de referencias discriminatorias para con la población indígena.
Y aunque las protestas ante Colón crecieron pre-pandemia y, como todo, cesaron con ella, la reciente propuesta de unos arquitectos en el marco del Model. Festival d’Arquitectues, demuestra que el debate sobre la pervivencia de una estatua que parecía eterna sigue vivo, dejando claro que, aunque no lo parezca, no hay nada que dure para siempre en una ciudad.
De momento no hay ningún cambio planeado en forme, pero al dedo de Colón, tan grande, tan firme durante tanto tiempo, empieza a notársele un leve titubeo.