El perfil reconocible de Juanito Bayén y su impecable vestimenta hostelera de camisa y chaleco dejarán pronto de ser una imagen habitual en la Boqueria. Juanito Bayén, Pinotxo, el dueño más icónico del bar más reconocible del mercado más popular de la ciudad, ha empezado su jubilación diciendo adiós, con 89 años, a toda una vida tras la barra de la parada 465 del mercat de la Boqueria.
En un mercado que los barceloneses han ido abandonando paulatinamente, cada vez más irreconocible a causa de las masas de turismo que lo ocupan diariamente, el Pinotxo sigue siendo de los pocos lugares donde nada ha cambiado.
Sentarse en su barra, pedir un cap i pota, escuchar el silbido de la cafetera brillante y ver la pajarita del Pinotxo correr de un lado a otro de la barra es una de las pocas experiencias auténticamente barcelonesas que quedaban en el mercado, y que nos trasladan a una época donde la Boqueria vendía fruta, y no zumos.
Pinotxo ha empezado a retirarse ahora, poco a poco, como quien suelta un objeto demasiado apreciado, cuya forma ya se ha adaptado al contorno de la mano y del que ahora es difícil desprenderse.
Su marcha lenta (hoy ya no abre él el bar a las 6 de la madrugada, en unos días tampoco lo cerrará), es más un paseo triunfal que un cortejo funerario, una despedida alegre de quién se va porque el tiempo -la única circunstancia contra la que no hay nada que hacer- le dice que tiene que hacerlo, sin rencores ni cuentas pendientes.
Pero mirar su marcha es, también, ver a la Boqueria (o a la ciudad) arrancar poco a poco algunas de las páginas más antiguas de su propio libro de historia.
Una jubilación, que no un cierre
El Pinotxo abría el Pinotxo cada día a las seis de la mañana para alegrar a los trabajadores mañaneros con un café caliente o salvar a los trasnochadores con un buen guiso. Pero si el buen bar alegra y salva a sus clientes, que ya es mucho, un bar extraordinario como este también los hacía viajar en el tiempo, al pasado feliz donde para todo el mundo las cosas siempre fueron mejores.
La sonrisa del Pinotxo -81 años tras esa barra-, su atuendo y maneras de camarero clásico y sus platos de cocina tradicional nos pasean -todavía-, a esa Boqueria antigua que, como todos nosotros, también fue joven.
Ahora Bayén se jubila, pero el Pinotxo no cierra. El bar más icónico de la Boqueria estará ahora en manos de su sobrino, Jordi Asín, cuya cara es ya tan habitual como la de Bayén para cualquiera que sea asiduo al bar.
Con 89 años Pinotxo se retira a su piso del Poblesec después de llevar desde los siete sirviendo cafés. Los «boquerienses» (un gentilicio que ya debería haber aparecido y muerto) del futuro seguirán yendo ese bar-barra a alegrarse con un café de tres colores o salvarse con remenat de botifarra.
Pero el viaje en el tiempo que la sonrisa de Bayén, subrayada por una pajarita, ofrecía gratis a sus clientes quedará, como el tiempo, atrás en el pasado, recordándonos que, aunque el futuro pinte feliz, los viajes, la alegría y los cafés siempre se acaban y que no siempre habrá alguien para salvarnos de ese final. Y que tampoco pasa nada.