Hace 124 años España le declaraba la guerra a Cuba, en Alemania nacía el escritor Bertol Brecht y en Italia lo hacía Enzo Ferrari, fundador de la famosa marca de coches. Era 1898, y en Barcelona ya funcionaba un colmado que hoy, un siglo y cuarto después, sigue abierto y reinventándose para seguir haciendo lo que ha hecho durante tantos y tantos años, algo tan simple y tan difícil: acercar la mejor comida posible a los barceloneses.
Colmado Múrria, fundado en 1898, nunca se fue, pero estuvo cerca. En agosto cerró por reformas, y aunque iba a reabrir, su final no parecía lejano. Por eso, sus dueños buscaron aliados para repensar el local y ampliar su oferta.
Ahora, donde antes había un colmado de producto gourmet, hay, también, tres espacios de restauración asesorados por el chef Jordi Vilà (dueño de Alkimia), que complementan a la tienda y aseguran, esperemos, unos cuantos años más de vida a este local centenario.
Un colmado, tres restaurantes
El nuevo Múrria ha conseguido encajar tres propuestas gastronómicas en el espacio donde antes solo había una tienda. Ahora la tienda y su oferta (200 quesos, embutidos, conservas…) se mantienen, pero además los clientes podrán degustar algunas preparaciones más elaboradas.
Por un lado está «El Murri», una barra informal para picar algo en el mismo espacio de la tienda y en las mesas de la terraza. Detrás, en el antiguo almacén, está «1898», un pequeño restaurante de alta gastronomía con apenas 4 mesas que ofrecerá menús degustación. Por último, en las golfas se esconde el «Murmurri», un speakeasy que funcionará bajo reserva especial.
La intención es tener abierto durante todo el día y servir todos desayunos, comidas y cenas, y convertir así un espacio que ya existía hace dos siglos en uno que llegue hasta el siglo siguiente.
«Just looking»
En las grandes ciudades, algunos comercios se han convertido en centros de interés turístico y reciben centenares de visitas cada día. Estas tiendas se han vuelto virales en redes sociales y todo aquel que pasa por la ciudad quiere ir a ver la autenticidad que no ha podido encontrar en las calles comerciales que son iguales en Lisboa, Berlín y Ámsterdam para fotografiarla.
Por eso, algunas tiendas históricas, como la librería Lello en Portugal o, ahora en Barcelona por primera vez, Queviures Murria, cobran 5 euros a aquellos que entran «just looking» para hacer una foto para Instagram, puesto que, al final del día, los likes no pagan las facturas y los comercios siguen funcionando como comercios, no como museos.