El mantra de renovarse o morir debe cogerse con pinzas. El cambio es inevitable; lo malo es cuando el cambio nos trae un Starbucks al local de abajo. Pero si la barra de nuestro bar paco de toda la vida se renueva como lo han hecho alguno de los siguientes, el cambio merece la pena. Imposible negarlo.
Nuevas generaciones de jóvenes andan tomando la riendas de bares de toda la vida de Barcelona para darles un lavado de cara y renovar no solo un local, sino también la forma de entender la hostelería y la gastronomía. Aunque desde fuera el bar a veces parezca el mismo.
Bar La Camila, del mejor café al vermut y viceversa
La Camila es un recién llegado a la ciudad. Tanto que apenas lleva unos días abierto. Dos chicas, María y Clara, son las responsables de esta cafetería de especialidad en el corazón de Gràcia. Un rinconcito para reposar con el mejor café, porque de café saben un rato. La primera viene de Three Marks; la segunda, de Nomad. Y ahora juntas gestionan este bar-cafetería donde del café se pasa al vermut o la caña, y viceversa.
Por fin un bar donde lo dulce y lo salado pueden darse la mano sin que el café industrial con sabor a cenicero lo estropee todo.
El Pollo, volver a lo de siempre
La nueva sensación del Raval Nord no es una coctelería, ni un lugar donde ir a hacer el brunch, sino un bar con barra de aluminio y taburetes robustos. Se llama bar El Pollo, tiene el aspecto de toda la vida y ha revivido de la mano de un joven que le ha recuperado para reivindicar que la innovación pasa hoy por hacer lo de siempre. No es casualidad que haya sido un chico de Bilbao, Aimar Bilbao, quien se haya dado cuenta de que en Barcelona faltaban los bares tradicionales que tanto abundan en su ciudad natal: locales sin pretensiones estéticas pero con comida buena y ambiente acogedor.
Aimar venía a Barcelona huyendo de la tradición hostelera de su familia, pero después de 10 años en la ciudad la reencontró. El bar El Pollo, delante de su casa, donde él era habitual, cerró. Aimar lo cogió, no hizo casi ninguna reforma y se centró en lo importante: la comida. Gracias a las redes, legiones han llenado en pocos meses este pequeño bar de un callejón del Raval buscando tortilla, ensalada rusa, chipirones en su tinta o alguna de las demás tapas tradicionales de la carta. No encontrarán mucho más, es la gracia de El Pollo, un sitio que demuestra que la cultura del bar no ha muerto, y que la moda hoy no es romper con la tradición, sino recuperarla.
📍 Carrer del Tigre, 31
La Cañada, el bareto del Poble Sec
Uno de los mejores ejemplos de esta lista. El bar La Cañada tiene el nombre y el aspecto de aquellos bares que agonizan cada día más en Barcelona y a los que ya no apetece entrar. Pero a diferencia del aire moribundo que reina a menudo en estos últimos, La Cañada rebosa ambiente y gente. Cuando uno pasa por delante entra solo por curiosidad, y de golpe recuerda que entrar a un bar también es entrar a una atmósfera, y que esta no la fabrican los muebles de diseño; sí el amor que se pone en el negocio.
Su propuesta es la que algún día fue la de siempre. A la vista de su barra de aluminio y sus paredes alicatadas se sirven algunos productos fríos seleccionados por todo el país: aceitunas de Bailén, atún ahumado de Murcia, alcachofas en conserva, unos pocos guisos herencia de mamá y vinos seleccionados. Lo de siempre, servido otra vez con ganas. Además, sus propietarios, cercanos al mundo del arte, no se están quietos. La parte de atrás del bar se ha convertido ahora en una sala de conciertos para que La Cañada sea lo dicen ellos de sí mismos en su instagram: «Un bareto de siempre donde pasan cosas».
📍 Carrer de La Bòbila, 5 (Poble Sec)
Bar Pietro, bar de bares en Gràcia
La primera vez que uno escucha del Pietro se asusta con su nombre: «otra pizzería italiana», pensará. La segunda vez, cuando sepa que esto es mentira y se deje convencer para ir, se asustará con su éxito, casi siempre lleno hasta la bandera. La tercera, cuando por fin consiga entrar, el susto cambiará por eso tan parecido que es la sorpresa, porque no entenderá cómo no había venido antes a este oasis del buen bar en un barrio con tanta competencia como es Gràcia. Pero es que el Pietro es distinto.
Que en un bar la barra ocupe más espacio que las mesas ya es una declaración de intenciones. La gran U del bar solo deja espacio para sentarse en la barra que la rodea, que aquí no es de las de aluminio, si no de las de madera lustrada. Y a pedir: cañas tiradas de verdad, de las que te hacen esperar hasta que se asientan. Bocadillos, grandes bikinis y tapas clásicas y simples (¿para qué más?) a precios de siempre. ¿El resultado? Una mezcla de clientes de toda la vida con jóvenes fiesteros, un cóctel heterogéneo que solo deja la estampa que uno entendió la tercera vez que se acercó al Pietro: un bar que nunca se vacía.
📍 Travessera de Gràcia, 197
La Ravala, imperio de la tortilla en el Raval
Que la tortilla es la vara para medir la calidad de un cocinero no es ningún secreto, y es sabido que tiempo atrás la prueba para admitir a un chef en un trabajo nuevo consistía en hacerle guisar una omelette. En La Ravala se aplican este cuento viejo, y han hecho de su tortilla el buque insignia de su carta. El tesoro de huevo y patata cae en las superficies de aluminio y mesas de formica que hay por doquier consiguiendo atraer a tanta gente que sus dos puertas esquineras, que dan a dos calles distintas, siempre rebosan ambiente, demostrando que no falta gente para acudir a los bares, si no buenos bares a los que hacer acudir a las personas.
📍 Carrer de Lluna 1
Celta, el bar castizo de Sants… que es francés
¿Un bar de toda la vida con noches de raclette? Oui, se puede. El bar Celta ya existía antes de que unos franceses (los otros celtas de Europa, junto a los gallegos), lo cogieran, pero el nombre le va al pelo. Como el pueblo de Astérix y Obélix, sobrevive aislado y solo en una esquina, en una calle peatonal silenciosa a la sombra del cajón de Sants, ese parque elevado que cubre una vía de metro. Sentarse a tomar algo en el Celta con su cartel precioso en una tarde de verano, invita a birrear en el silencio de Badal hasta que nos dejen.
La única diferencia con todo el resto de bares de toda la vida de esta lista es que, en este caso, quizás nos atiendan con ligero acento francés y que en la carta hay guiños suaves al país vecino: rillette de pato, camembert al horno, mejillones con patatas… Las tapas francesas quedan camufladas entre las tapas locales, y nos hacen preguntarnos por qué la comida de la republique no está más presente entre nosotros. Podemos discutirlo mientras nos alargamos en la terraza de esta pequeña aldea de galos indomables que resiste a todos los invasores de la cultura del bar de toda la vida.
📍 Carrer d’Antoni de Capmany, 65