No es del todo desacertado empezar a hablar de Tavertet con la siguiente frase: “Quien algo quiere, algo le cuesta”. Esta asquerosa frase de libro de autoayuda es extrapolable a Tavertet porque llegar hasta este pueblo catalán no es precisamente un camino de rosas. La carretera por la que se accede es terriblemente sinuosa. No sorprendería ver a cabras con esguinces deambulando por la zona.
Tavertet, yendo al tema en cuestión, es un pueblo pequeñísimo. Apenas lo habitan 136 personas. Lo cual invitaría a pensar que un día en el que reciba muchas visitas, la población turista supera con creces a la local. Cosa que, por cierto, no altera la tranquilidad.
Tranquilidad, sí. Esa es probablemente la primera palabra que le venga a la cabeza a quien piense en Tavertet. El único sonido que molesta a sus habitantes es el ulular de algún pájaro, la lluvia golpeando el suelo, las ramas moviéndose y los barceloneses llegando los fines de semana.
El pueblo de Tavertet, a diferencia del de Rupit y Pruït (del que hablábamos en este artículo), no tiene interés per se. Entiéndase el desplante: Tavertet es bonito, cómo no lo va a ser. La mayoría de sus casas, casonas y masías datan del Siglo XVII y el empedrado del pueblo en sí parece parte del decorado de la última serie de Matt Groening.
Entonces, ¿para qué ir a Tavertet estando Rupit y Pruït al lado?
Pues por las vistas. Por las increíbles vistas. Los acantilados de la sierra de Collsacabra escoltan al pantano de Sau. (El pantano de Sau, valga la pena el paréntesis, es un embalse que en los 60 anegó una población y su campanario aún sobresale cuando el agua baja).
Tales son las vistas que, si el día está despejado, allende los bosques -superado el horizonte- se intuyen las cimas del Montseny (de las que te dimos información para llegar a ellas en este artículo). No obstante, si vas un día de bruma exuberante, la visita merece igualmente la pena. Es espectacular. Parece que el aliento de un dragón se ha posado en esa zona. La foto es impagable (o pagable -y bien- por National Geographic).
Un sitio perfecto para llegar a él, otear el horizonte, poner los brazos en jarra, respirar por la nariz (no por la boca, esto es importante) y decir en voz alta y con seguridad: “La naturaleza”.