Hay muchas formas de ser masoquista. Todas, creo, absurdas. Es absurdo y especista correr delante de un toro; es absurdo y pernicioso comer comida especialmente picante que puede dañar tu salud; es absurdo y peligroso andar como un moscovita por la cornisa de un rascacielos. Y, lógicamente, es absurdo y potencialmente traumático visitar lugares con una leyenda negra detrás. Pero como uno es tolerante y trabaja por y para informar, a veces tiene que hablar de sitios como el Castillo Torre Salvana.
Una torre que, con sólo decir uno de sus sobrenombres, bastaría para provocar un escalofrío hasta a quien duerme plácidamente después de ver Cuarto Milenio. Al Castillo Torre Salvana se le conoce popularmente como El Castillo del Diablo.
Y, no, no es un mote que llame a equívocos. No es un mote que esté cimentado en una anécdota que toca al diablo de refilón (como el Puente del Diablo). Lo toca de pleno. Al menos legendariamente. Es la leyenda lo que justifica un bautizo tan aterrador.
Es que, de hecho, lo único que importa en esta historia es la leyenda. Su cronología es regia o noble (cómo no lo va a ser, si estamos hablando de un castillo), pero también inservible para el tono del artículo. Aunque para contextualizar se podría decir que es una fortaleza del Siglo X y que pasó por varias manos y que su base es románica, pero contiene modificaciones góticas y neogóticas.
El Castillo Torre Salvana es un referente del culto al misterio en Cataluña. Es, dicho de otro modo, el ABC de los incursionistas de lugares abandonados. Es más, en este artículo sobre lugares abandonados en los alrededores de Barcelona, ocupó la primera posición.
Aquí se han recogido psicofonías; hay gente que asegura haber oído espadas y mosquetes chocar entre sí, cañonazos. El testimonio más popular es el de sentirse agarrado. Sentirse literalmente agarrado. Hay gente que asegura que ha notado como le tiraban del brazo o de otros miembros.
Yendo de lo genérico a lo concreto, también cabría decir hay testimonios precisos. Como el del humo -al más puro estilo de Lost– negro saliendo de una ventana y recorriendo todo el edificio. O el de la niña pálida, morena, vestida con un camisón y con un balazo en la frente. O el de las voces femeninas que piden ayuda y que lloran. No obstante, en ninguna de las reseñas que he leído (no, no he ido ni tengo intención: ya he dicho en el primer párrafo que el masoquismo me parece absurdo), no he visto ni un solo asomo de paranormalidad.
Por eso, si en algún momento de la visita consideras que ya has tenido bastante con la broma y que es una vergüenza el estado en el que se conserva una construcción histórica (grafitis sobre piedra milenaria y ninguna valla que impida el paso, cuando el riesgo de lesión es elevado en determinados puntos), puedes ir a la Colonia Güell y, de paso, ver la cripta de Gaudí.