
Menos reivindicado que el pa amb tomàquet y las sardanas, pero probablemente más importante para definir la identidad nacional. La tradición del vermut, olvidada durante un tiempo pero recuperada en los últimos años, es quizás una de las instituciones más sagradas de Catalunya en general y Barcelona en particular. Basta que asome el sol para que las terrazas y bodegas se llenen a mediodía de gente traginando vasos de vermut y platillos con olivas, en un ritual de aperitivo que, a menudo, acaba derivando en una maratón que dura todo el día.
Y para celebrar este ritual, ya sea corto o largo, pocos lugares mejores que el barrio de Gracia, un lugar donde el aroma de ciudad tradicional se da la mano con la moda que toque. Por ello, hoy hacemos un recorrido por algunas (solo algunas, ya que hay un montón) de las mejores vermuterías del barrio donde hacer el ídem, desde las más clásicas a algunas más modernas, y celebrar así que hay modas como esta que sí que valen la pena, que ojalá que nunca marchen y que, como la calçotada, son el verdadero termómetro de la catalanidad del que participa.
Bar Bodega Quimet, uno de los clásicos
Tiene todo lo que necesitas: muebles de madera antiguos, barricas de vino y vermut casero en el techo y botellas de vino en las paredes, conservas clásicas y algún platillo cocina e incluso esa falta de espacio que redondea la experiencia. La bodega, abierta en 1954, estuvo a punto de cerrar en 2010, pero dos jóvenes sin experiencia la revivieron, y obraron el milagro. Hoy en día es difícil encontrar sitio en Quimet si no se va con tiempo. Vermut en vaso estrecho y una combinat de conservas con bien de salsa Espinaler te enseñan todo lo que necesitas saber sobre el ritual del vermut.
C/ Vic, 23
Bodega Bonavista, para el vermutero gourmet
Aunque la experiencia del vermut suele ser ruidosa, hay otras maneras de afrontarla. A Bodega Bonavista uno entra buscando una bodega, pero encuentra un pequeño templo del vino elegante y delicado, donde todo invita a poner atención en los vinos y en la comida. Una oferta gigante de vinos, por la que los dueños guían con mucho talento, va de la mano de algunos productos seleccionados, conservas, embutidos, quesos… que elevan el momento del vermut a una experiencia gourmet.
C/ Bonavista, 10
Vermutería Tano, otro clásico
Como el Quimet, otro de los guardianes de la santa tradición del vermut en el barrio. Situado en los bajos de un edificio que antiguamente fue una masia, esta bodega pertenece hace décadas al Tano (Cayetano) que es el alma carismástica de esta bodega. De nuevo, todo lo que buscamos, una nevera de obra con tapa de madera, barra de las de toda la vida, mesas de mármol, botas y barriles en las paredes… el tiempo parado en aquella época anterior a esta en la que el vermut era norma y las bodegas servían para comprar vino y no solo para tomarlo in situ.
Las estrellas de la comida, como tiene que ser, son las conservas. Olivas o mejillones son los clásicos, pero atreverse con las banderillas o esas rodajas rellenas que no sabes qué son (calamares rellenos), son la manera de adentrarse en esta cápsula del tiempo que es una bodega que, casualidad o no, tiene en sus paredes una exposición de relojes que parecen decir que el tiempo es algo con lo que se puede juguetear.
C/ Joan Blanques, 17
Vermutería Lou, un secreto gastro
La vermutería Lou es uno de esos sitios que, una vez conocidos, uno se siente orgulloso de conocer. Quizás por estar en una de las fronteras de la Vila de Gracia, algo alejada del centro, esta vermutería no aparece en las rutas más habituales. Sin embargo, como todos los buenos sitios, cuando uno intenta sentarse en Lou verá, primero, lo difícil que es encontrar sitio. Lo segundo que verá le dará la explicación. Lourdes (de donde viene el nombre del restaurante), prepara aquí unos huevos estrellados con foie que ya valen la visita. Pero además, diferentes platos del día, una barra con conservas a la vista que es de cuadro y un jamón para hacer bocadillos que también marca la diferencia. En definitiva, la definición de «un lugar para comer bien» llevado al formato vermutería.
C/ Escorial, 3
Bodega E. Marín, viviendo una segunda vida
La Bodega E. Marín ha revivido. O ha sobrevivido, no se sabe. Quizás ha sido el poder de sus 106 años de historia o alguna otra fuerza de atracción en la que será difícil creer, pero lo cierto es que esta bodega ha tenido el poder suficiente para ir a buscar unos salvadores al otro lado del Atlántico. El que era hasta hace poco «el bar de la Tere» será, ahora, el bar de Luis y Vanessa, dos peruanos que hasta hace nada vivían en Lima y que por carambola se enamoraron de la bodega y decidieron alquilarla en un arrebato, para mantener ese espíritu que les enamoró. Por lo tanto, nosotros podremos seguir viendo las paredes pobladas de vino, seguir tomando vermut casero y seguir picoteando una carta que han renunciado a cambiar, de momento.
C/ Milà i Fontanals, 72
La Vermu, la más moderna
El ejemplo de que las modas calan. La Vermu es eso, una vermutería, pero la más moderna de todas. Si la bodega Marín tiene más de 100 años, y da fe de lo antiguo del vermut en nuestra cultura, La Vermu da fe de su reciente renacimiento. El local, más moderno, es algo más amplio, algo más luminoso. Por lo demás, todo igual, buscando recuperar en un local de ahora aquel espíritu de antes. Tapas de toda la vida, detallitos cuidados como un buen pan de coca para pa amb tomàquet y tortillas jugosas. En definitiva, un bar nuevo para sentirse otra vez como siempre.
C/ Sant Domènec, 15
Bar Pietro, bar de bares en Gràcia
La primera vez que uno escucha del Pietro se asusta con su nombre: «otra pizzería italiana», pensará. La segunda vez, cuando sepa que esto es mentira y se deje convencer para ir, se asustará con su éxito, casi siempre lleno hasta la bandera. La tercera, cuando por fin consiga entrar, el susto cambiará por eso tan parecido que es la sorpresa, porque no entenderá cómo no había venido antes a este oasis del buen bar en un barrio con tanta competencia como es Gràcia. Pero es que el Pietro es distinto.
Que en un bar la barra ocupe más espacio que las mesas ya es una declaración de intenciones. La gran U del bar solo deja espacio para sentarse en la barra que la rodea, que aquí no es de las de aluminio, si no de las de madera lustrada. Y a pedir: cañas tiradas de verdad, de las que te hacen esperar hasta que se asientan. Bocadillos, grandes bikinis y tapas clásicas y simples (¿para qué más?) a precios de siempre. ¿El resultado? Una mezcla de clientes de toda la vida con jóvenes fiesteros, un cóctel heterogéneo que solo deja la estampa que uno entendió la tercera vez que se acercó al Pietro: un bar que nunca se vacía.
Travessera de Gràcia, 197