Al margen de párkings subterráneos, estaciones de metro populares y construcciones relativamente recientes, de la actividad del subsuelo barcelonés se pueden extraer todo tipo de historias: de lo más macabro a lo más luctuoso, de lo propiamente histórico a lo más práctico.
A nosotros nos interesa una Barcelona laberíntica en la que se enredan y conviven distintas épicas, cursos de agua, cloacas romanas o grutas artificiales.
Hay que tener en cuenta que el suelo y sus capas actúan como significantes de un periodo histórico. Una metáfora tan simple como la imagen de un edificio en construcción me sirve para explicar el proceso de crecimiento de la ciudad: cuanto más arriba, más cerca de la actualidad.
Su exploración es como echar un vistazo a un árbol genealógico.
Hace dos años, y como parte de un proyecto de Rosina Vinyes i Balbé, del departamento de urbanismo y Organización del Territorio de la Universidad Politécnica de Catalunya, fue la primera persona en cartografiar el subsuelo.
En el trabajo da valor e importancia a esta parte: «La barcelona oculta bajo tierra no parece tan importante como la ciudad que vemos por encima de la superficie. Sin embargo, sin la Barcelona invisible no sería posible la vida y el funcionamiento de la ciudad, ni tampoco lo serían muchos de los usos, cada vez más frecuentes, que se sitúan bajo nuestras calles y edificios», dice Rosina en declaraciones a La Vanguardia.
Y esta idea parecía ya clara en los romanos, los primeros en adentrarse en la Barcelona a la que nos referimos ahora.
El subsuelo, sin embargo, que nos interesa, es el que se entiende y usa como mecanismo o herramienta clandestina o furtiva. No tanto el práctico. La Barcelona a la que se refiere Eduardo Mendoza en la Ciudad de los prodigios: «Los hebreos cabalistas de Gerona, que fundan sucursales de susecta allí y cavan pasadizos que conducen a sanedrines secretos y a piscinas probáticas descubiertas en el siglo XX al hacer el metro».
El equivalente en significado a los pasadizos de Florencia que usaron los Medici para comunicarse entre sí.
No obstante, en su sentido más práctico, macabro y luctuoso, el subsuelo ha tenido su máxima expresión durante la Guerra Civil: hasta 1.400 refugios antiaéreos a varios metros por debajo del suelo.
Uno de los más conocidos es el de la Plaça del Diamant. Tal es el nivel de detalle y de conservación de este refugio que se pueden ver las marcas que dejaron en las paredes las velas con las que se iluminaban las personas que en él se cobijaban.
A muchos de estos búnkers se podía acceder desde túneles que estaban en medio de la calle. No obstante, también había unos pocos privilegiados que tenían la posibilidad de acceder desde el mismo bloque de pisos. Uno de los casos más llamativos es el de La Pedrera: tenía conexión directa con un refugio antiaéreo.
Algunos años antes de la Guerra Civil y debido a la epidemia de tifus que asoló Barcelona en 1914, se construyó toda una infraestructura enfocada a surtir de agua potable a la zona de Nou Barris. La razón por la que comentamos este punto tan concreto se debe a que a partir del mes de abril se pueden efectuar visitas.
Y en el sentido del establecimiento de cauces acuáticos, uno de los puntos subterráneos más importantes de Barcelona es el alcantarillado. Su estética y condiciones son tan características que ha llegado a ser empleado como escenario de cine: en determinadas secuencias de El Maquinista, de Christian Bale, y en la afamada REC 3, se pueden ver estos «cameos».
Aunque lo que está claro es que si a algún barcelonés le hablas de subsuelo, lo más probable es que lo primero a lo que le remita sea al metro. Pero, lo que no saben la mayoría de ellos es que hay hasta doce estaciones que, o bien nunca funcionaron, o bien fueron cerradas después de que millones pasajeros deambularan por ellas.
En la Línea 5, pasada Sagrada Familia, hay una estación fantasma llamada Gaudí. Se trata de un proyecto que nunca acabó por falta de dinero. Las malas lenguas dicen que si prestas atención y miras por la ventana podrás detectar sombras misteriosas y personas sin rostro esperando al tren.
Y, hablando de Gaudí, en los sótanos del Palau Güell hay unas salas usadas antiguamente como establos. Se trata de un conjunto de arcos y bóvedas de ladrillos diseñado por Gaudí, desconocido en la época.
Desconocido en la época como muchas de las cosas que, seguro, desconocemos a día de hoy, ¿qué se nos oculta a seis metros bajo tierra?