A día de hoy aún es fácil ver, todavía, una imagen que a muchos barceloneses les trae recuerdos de infancia. Un niño pequeño camina por una Rambla atestada de gente cogido de la mano de sus padres, mirando al suelo, donde encuentra unas baldosas onduladas dispuestas en franjas de colores gris y crema
En una calle llena de personas altas a un niño le resulta más fácil mirar al suelo que al cielo, por lo que probablemente el niño, enseguida, aburrido de una caminata que no le interesa, se ponga a jugar con las baldosas. Saltando de una a otra, evitando un color, recorriendo las formas onduladas y caminando en zig zag o resiguiendo los surcos curvos con los pies.
Algo tan simple como una baldosa curva ha dado horas de entretenimiento a muchos niños y niñas barcelonesas, que tienen esas ondas grabadas en su memoria. Ahora esas curvas desaparecerán, porque la reforma de la Rambla así lo reclama, por lo que los niños barceloneses del futuro tendrán que inventar nuevos juegos. Pero hasta que eso pase, es justo rendirle homenaje a uno de los pavimentos (con perdón del de la flor), más icónicos de la ciudad.
Algunos de los panots conseguirán salvarse
Pero no todos son malas noticias para los panots, ya que, aunque cambie el pavimento de Las Ramblas, las icónicas baldosas no se perderán para siempre, sino que algunas de ellas se repartirán a distintas entidades vecinales de Ciutat Vella.
La propuesta ha salido de la asociación de vecinos y comerciantes Amics de la Rambla, que encontraban insuficiente el plan inicial del Ajuntament de preservar algunas de ellas en el en el Museu d’Història de Barcelona (MUHBA).
A día de hoy todavía no están confirmados cuantos de los panots se repartirán entre las distintas asociaciones, pero se prevé que no solo se limite a los socios de Amics de la Rambla, sino que se extienda a otras entidades del distrito. El Museo de Cera, la cafetería Moka y La Cava Universal son algunos de los comercios que ya se han ofrecido a encontrarles un lugar entre sus paredes.
Adiós tranvía, hola suelo gris
Primer aviso: El pavimento de la Rambla no es de toda la vida. O es de toda la vida para muchos, pero no lleva ahí toda la vida. Como explica Danae Esparza en su libro, «Barcelona a ras de suelo», las ondas que ahora van a desaparecer se instalaron en los años 70, cuando los columnistas de los periódicos de la época empezaron a reclamar un cambio en el pavimento gris e insulso de la Rambla de la época.
En aquella época se había eliminado el tranvía del paseo para favorecer al coche, en una tendencia que se extendió por la Barcelona setentera y que ahora, justamente, camina en la dirección contraria. En su lugar había quedado ese suelo gris que los columnistas denostaban.
Unas ondas que suben del mar y llevan hasta Lisboa
El más insistente fue un tal Daniel Clarasó, que reclamaba una Rambla de Colores, inspirada en el paseo marítimo de Alicante, que a su vez estaba inspirado en la técnica de la «calçada portuguesa», que Oporto, Manaos y Copacabana habían copiado, originalmente, de la plaza del Rossio de Lisboa, donde el pavimento aún se mantiene.
A Clarasó, por suerte, se le hizo caso a medias. El encargo lo tomaron Jordi Ros y Alfons Florensa, arquitecto municipal en el momento. Propusieron el pavimento ondulado, que simulara las olas que suben de un paseo que desemboca en el mar.
Pero también propusieron aceras de color azul mar y los balcones de color alegre: naranja o amarillo. El posible resultado queda a la imaginación de cada uno.
Finalmente se evitó tanto color, y se optó para el paseo central por las baldosas que conocemos, de vibrazo de la casa Escofet, la versión para exteriores del terrazo que plagaba los suelos de las viviendas de la época. Lo balcones y las aceras se pintaron de colores más discretos, y así quedó la Rambla que tantos hemos conocido.
Ahora desaparecerá, pero la memoria de tantos barceloneses mantendrá vivo, al menos durante un tiempo, aquel juego que consistía en bajar la Rambla saltando de baldosa ondulada en baldosa ondulada, evitando un color, surcando las ondas, que son las olas, hasta llegar al mar de Barcelona.