Sí, lo has leído bien. La primera marcha del colectivo LGTBIQ+ de la historia no fue en Stonewall, Nueva York, en 1969, si no en Las Ramblas, Barcelona y más de 30 años antes de lo que se ha establecido oficialmente como el inicio de las luchas contemporáneas por los derechos del colectivo.
Y frente a los distubrios de Stonewall, que empezaron con una redada en un bar, la primera manifestación del colectivo de la historia, la marcha de las Carolinas de Barcelona, empezó con un atentado anarquista de los tantos que hubo en esta ciudad a principios de siglo XX.
Carolinas y Vespasianas, las reinas del final de La Rambla
En 1933 Barcelona tenía algo que, hoy en día, cuesta de encontrar: baños públicos callejeros. Eran los famosos vespasianos o vespasianas, urinarios públicos nombrados así por el emperador romano vespasiano (primer «gestor» de la orina durante el imperio romano).
Eran, en esencia, meaderos de a pie con separadores que escondían la tarea de la mirada de la calle. Meaderos por supuesto, en una Europa aún muy machista, sólo para hombres. Pero por ello, también, lugar de encuentro propicio para chaperos y prostitutas trans, que vieron como, en esa Europa represora, podían encontrar en estos espacios parapetados callejeros un lugar donde encontrar clientes y ejercer su trabajo.
Así, las Vespasianas se convirtieron en un lugar habitual para el ejercicio de la prostitución para personas como las Carolinas, el nombre que recibían los hombres travestidos que ejercían la prostitución en la Barcelona de aquella década. Así lo mencionan escritoress como Roger Peyrefitte, Julien Green y Jean Genet, este último, uno de los cronistas importantes del Raval de principios del s.XX.
Fue tal la importancia de estos espacios que el día que una vespasiana cayó Barcelona se convirtió, espontáneamente, en un clamor en defensa de las personas trans.
Un cortejo fúnebre en memoria de un lavado callejero
La Europa de las Vespasianas coincidía con la Barcelona del anarquismo y la Rosa de Foc, la de los atentados en las Ramblas o el pistolerismo. Era natural que los urinarios, espacios de fácil acceso para esconder una bomba, se convirtieran en lugares comunes para hacer atentados.
Esto le pasó a un vespasiano del final de Las Ramblas (cerca del puerto y del cuartel militar) el 9 de enero de 1933, cuando una bomba anarquiste lo dejó destruido. El urinario, lugar de trabajo de Las Carolinas, recibió un homenaje cuando éstas, vestidas de luto, con chales, mantillas y vestidos de seda, acudieron a depositar flores en sus ruinas.
Las Hijas de la Vergüenza
Lo explica Jean Genet, en Diario del ladrón, crónica del Raval cuando aún era el Barrio Chino. «Las Carolinas fueron en procesión al solar de un meadero destruido […] uno de los urinarios más sucios, pero de los más queridos. […] , las Carolinas vinieron al solar a depositar un ramo de rosas rojas. […] cortejo partió del Paralelo, atravesó la calle de San Pablo y fue, Rambla de las Flores abajo, hasta la estatua de Colón. Habría unas treinta mariconas a las ocho de la mañana, a la salida del sol».
«Las vi pasar. Las acompañé de lejos. Sabía que mi lugar estaba entre ellas, no porque fuera una más, sino porque sus voces avinagradas, sus gritos, sus gestos indignados no tenían, a lo que me parecía, otra finalidad que la de querer traspasar la capa de desprecio del mundo. Las Carolinas eran grandes. Eran las Hijas de la Vergüenza».
En un reportaje para The Objective, Silvia Secore, ex secretaria del Centro LGTBI de Barcelona, afirma que esta marcha fue un acto de resistencia y de visibilidad, irónico e inteligente. Un evento que no fue fotografiado ni documentado pero que, 36 años antes de Stonewall, «representa un hito en la lucha por los derechos LGTBI».