Este texto forma parte de una serie de columnas del escritor Carles Armengol realizadas en exclusiva para Barcelona Secreta. El autor le hace una radiografía a su ciudad natal y disecciona todo lo que se cuece en ella desde la barra del bar, con mirada de psicólogo y sin pelos en la lengua.
La Mercè es un festival más en el que Barcelona se viste con sus mejores galas para ser la más deseada. El achuntamen y los organismos públicos se pasan el año contándole al mundo lo diversa que es la ciudad en la que todo pasa y nada queda, lo que le importa la cultura, el arte, el diseño, las raíces, la vanguardia, la tradición, el talento, la experimentación, la música, la danza, las tendencias, lo emergente y la integración. Todas estas aspiraciones se congregan a finales de septiembre durante La Mercè, otro macro festi en clave popular abarrotado de guiris, gegants y capgrossos que quieren disfrutar por la patilla de artistas con cachés estratosféricos.
Mi primera Mercè fue el año 2002. Me faltaban unas semanas para cumplir los 20 y Terry Callier actuaba en la Plaça del Rei. Es un recuerdo vaporoso e indeterminado que reposa en el fondo del cajón de las cosas que se olvidan por el paso del tiempo. A pesar de que después de media vida mi corazón siga cabalgando como un potro salvaje cada vez que suena Ordinary Joe, no puedo decir que sea gracias a aquel concierto. De hecho, la plaza estaba tan abarrotada que no vi otra cosa más que cabezas alrededor mío. Me tuve que situar tan lejos del escenario que se me hacía imposible discernir entre el sonido metálico de los lateros sacando birras de las alcantarillas y el de la batería.
El gran acontecimiento que marcó aquel bolo fue que me robaron mi primer móvil, un Nokia 6100. Seguí intentando conectar con la Festa Major de Barcelona durante varios años, pero jamás conseguí encender la llama del amor.
Me pasaba como en esas citas en las que uno se siente empequeñecido ante otra persona mucho más alta y bella, que viste con prendas de diseñadores del momento y sabe cómo combinarlas con estilo. Al poco de conversar, te das cuenta de que su discurso está cargado de obviedades superfluas. Es ese tipo de persona que solo habla de ella; que, después de darle un trago a su kombucha, sigue desarrollando su preocupación por el cambio climático sin preguntarte cómo estás o a qué te dedicas. Acto seguido, coges el teléfono y escribes un WhatsApp a tu amiga para encontraros en el bar de siempre y que te libere de ese infierno.
Barcelona tiene más de 80 barrios que celebran sus fiestas mayores repartidas en todo el año. Barrios como Montbau, Vallcarca, La Salut, Gracia, Sants o El Guinardó, que festejan su existencia con danzas y rituales como pequeñas aldeas urbanas construidas con ladrillo y cemento. La diversidad cultural que abandera La Mercè se encuentra en los barrios de Barcelona, y en los proyectos autogestionados que germinan en los pequeños locales escondidos entre las callejuelas de la ciudad.
Barcelona, si de verdad te preocupas por “les petites coses”, facilita que los barrios brillen con luz propia y deja de eclipsarlos.