Poco nos enseñan de pequeñxs en el colegio la importancia de las obsesiones. Guiados (y censurados) por una algún deje de moral cristiana, las obsesiones suelen relacionarse con el exceso y, por tanto, con el pecado. Así que se esconden. Los golosos no quieren ser gulafres. Los ordenados no quieren ser neuróticos y los elegantes tienen miedo de ser vanidosos. Tantos escondemos cada día tantas obsesiones, pequeñas o grandes, por miedo a pasar de obsesionados a obsesos.
Y aunque esto va cambiando en un mundo donde las redes dejan espacio a que todxs se muestren como quieran, las obsesiones aún se vinculan a la locura y al miedo a tener un rasgo que nos impida encajar en la norma Nadie nos enseñó, y por eso tuvimos que aprender solxs, que las obsesiones son atractivas, y que nada como tener una para encontrar, de golpe, aquello que nos define, nos hace únicos y nos permite conectar así con miles de personas que, un día, también se sintieron solxs por tener una obsesión parecida a la nuestra.
Que se lo digan si no a Eric, cuya obsesión por las pizzas, nacida en un jardín pequeño de las afueras de Barcelona, siguen ya 130 mil personas en instagram. En una ciudad como Barcelona, con algunas de las mejores pizzas del mundo, un pizzero sin pizzería ha conseguido desde su jardín una masa de seguidores que lo han empujado a abrir una pizzería que, el día de su estreno, generó colas que inundaron Sabadell. Nada como compartir obsesiones para que miles de personas se sientan bien acompañadas.
Una obsesión que conecta Sabadell con Nápoles
Eric ya lo dice, «soy una persona de obsesiones». De pequeño le dio por el skate, hasta que de un día volvió a casa y no quiso usarlo más. Luego fueron los videojuegos. Luego le dio por las batallas de rap. Y luego, mirando vídeos en Youtube, le dio por la pizza napolitana. La locura de los italianos napolitanos, quizás uno de los pueblos más locos y personales del mundo, conectó con el.
Desde una casa adosada con jardín en las afueras del tranquilísimo pueblo de Sant Quirze del Vallés, un Eric de veinte años con obsesiones de quita y pon se sintió unido a una de las ciudades más caóticas y fuertes del mundo y a una tradición, la de la pizza napolitana, centenaria, que obliga a una dedicación de años para alcanzar una excelencia que, como con todas cosas que aspiran a la perfección, jamás acaba de llegar.
Las tradiciones fuertes obligan a cuidar los detalles. Nada como la liturgia para cuidar que las formas no cambien, y nada como un mundo lleno de detalles para llenar de placer a un observador minucioso. Desde youtube, Eric se sintió atraído por la belleza de la aceiteras de cobre, los gestos repetitivos del amasado o de la pala entrando en el horno, las tradiciones algo míticas, que indican, por ejemplo, que la albahaca fresca se pone rota o entera encima de la pizza en función del humor del pizzero. Los detalles complejos de algo tan simple como una pizza enamoraron a Eric.
Así, un joven de Sabadell aprendió todo lo que pudo sobre la pizza de Nápoles desde la pantalla de su ordenador y, cuando no hubo más que aprender, peregrinó por meses a la ciudad italiana buscando una pizzería donde ser aprendiz, rechazo tras rechazo en una cultura pizzera, la napolitana, que es tan purista como la de la paella o la del sushi. Ni cambios ni advenedizos: la pizza napolitana es un tesoro a guardar y a mantener.
Finalmente, Emiliano Moccia le dejó entrar para revelarle sus secretos y se ganó el respeto y el amor de Eric, de obseso a obseso. De ahí que la pizzería que Eric acaba de abrir se llame Il figlio di Emiliano (Carrer Mare de Déu de les Neus,6 Sabadell). Si los amigos de la madurez son la familia elegida, los maestros de nuestras obsesiones adultas son nuestros padres adoptivos.
Eric Ayala, el pizzero sin pizzería
Con lo sabido Eric compró una mesa de cocina y un horno pizzero para instalar en su jardín y convirtió su patio, pandemia mediante, en un restaurante que, en nada, llenó. Una casa pequeña rebosaba de amantes de la pizza de Eric, que iban al baño cruzando el salón mientras la madre de de la familia veía la televisión.
El no-restaurante cerró con el final de la pandemia, pero el fuego del horno encendió la idea de un restaurante. Antes, Ingrid Ayala, hermana de Eric, con experiencia en medios de comunicación, creyó en la obsesión de Eric, y empezó a colgar vídeos suyos. Una cuenta donde ver cómo hacer una pizza auténtica, todas las margaritas distintas que hay, cómo preparar una masa, cómo viajar a Nápoles a buscar buenos tomates y hasta un pequeño reality de citas amorosas en torno a la pizza inventado por la familia y rodado en el mismo jardín donde todo pasaba.
El jardín lanzó al pizzero, en una cuenta que en poco más de un año ya suma 130 mil seguidores, que han hecho de Eric en uno de los pizzeros más populares de Catalunya sin necesidad de tener una pizzería. Algo hay en su forma de comunicar que lo hace a uno sentir que ha probado su pizza con sólo haberla visto por la pantalla del móvil.
Pero la pizza se comparte. Y si «cada pizza es una expresión de nuestro estado de ánimo», como explica el pizzer, nada como ser feliz para preparar pizzas que hagan felices al resto. Al fin y al cabo un cocinero se define por cocinar para otros. Y un pizzero (o pizzaiolo o pizzer), no es más que eso, un cocinero obsesionado, eso sí, con un solo plato.
Ahora Eric, el pizzaiolo sin pizzería, acaba de abrir un restaurante donde seguir cultivando y transmitiendo su obsesión y donde demostrar que la auténtica pizza napolitana, da igual si se hace en Nápoles, en un restaurante de Sabadell o en el patio trasero de una casa de suburbios, sale bien (aunque nunca perfecta), siempre que el pizzero siga enamorado del plato que prepara.
📍 Il figlio di Emiliano: Carrer Mare de Déu de les Neus,6 Sabadell