
La identidad hostelera del Borne es difícil, porque en un barrio donde nació la ciudad apenas quedan locales que nos recuerden a la ciudad. En un barrio gentrificado, con buena parte de su hostelería dedicada al turismo, la oferta es particular.
En pocos metros se concentran auténticas catedrales del dulce que ensombrecen a la catedral original y restaurantes que suman calidad pero que no siempre están hechos para representar la comida local ni para atender al día a día, a aquells vecinxs de Barcelona que buscan no tanto la excepción de salir a comer extravagancias en un barrio céntrico si no la cotidianeidad de tomar y picar algo debajo de casa un día cualquiera.
Para ellos, esperemos, ha nacido un poco el Pimentel, un bar bueno, bonito, barato que es lo que se le pide a un bar de barrio y que es, tristemente, una excepción en el centro de Barcelona. Un bar donde se cocina con ganas, como se hacía cuando se cocinaba para vecinxs y no para turistas y eso, en una cocina con chefs jóvenes, significa una carta donde casi todo nos suena a lo de siempre, pero nos apetece como si fuera nuevo.
¿Qué se come en el Pimentel?
Martin Pimentel es el dueño de un bar al que ha puesto su nombre y que le ha quitado el sitio a un local de Piel de Gallina, también hija de Pimentel, la (gran) cadena de (gran) pollo frito que crece en Barcelona pero que en el Borne ha pasado a mejor vida para dejar sitio a un bar de los de estética neo-castiza y carta neo-tradicional donde se cocina lo que no hay en Borne: buena comida normal a buenos precios normales.
Lo dicho, la cocina normal en manos de gente joven y buena resulta en cartas con platos de toda la vida con alguna vuelta dada. Así, un trinxat, más normal que una patata, coge otro vuelo cuando se hace aquí con una verdura de temporada como el espigall, propia de Catalunya. Renovar la tradición es tan simple (o triste, según la mirada) como eso en un barrio como el Borne.
Por lo mismo, olivas sí, pero marinadas en vermut. Un salmorejo sí, pero sedoso y acompañado de un tartar de atún, porque un buen cocinero entiende que un trinxat es la base para meter a hermanos de las coles como el espigall y un salmorejo una sopa-salsa que puede ser plato principal y acompañante a la vez.
Las croquetas y la ensaladilla, los dos santo y señas de cualquier buena cocina de tapas, también se clavan y el empedrat con judías se Santa Pau y bacalao también, nada nuevo, nada malo. O los huevos rotos con torrezno, gochada gorda pero rica… Y de postre cheesecake de mel i mató, porque como decíamos, un buen cocinero sabe que las tradiciones son solo un punto de inicio.
Y todo por unos 20-25 euros para salir bien cenado, menos si nos bastamos con una birra y dos tapillas. Una rareza el Borne, donde es más fácil encontrar (grandes) pizzas, cruasanes de fantasía y cheesecakes para hacer cola. En definitiva, un buen sitio del barrio y para el barrio que, esperemos, alimente a los vecinxs por un buen rato.