Este texto forma parte de una serie de columnas del escritor Carles Armengol realizadas en exclusiva para Barcelona Secreta. El autor le hace una radiografía a su ciudad natal y disecciona todo lo que se cuece en ella desde la barra del bar, con mirada de psicólogo y sin pelos en la lengua.
Después de más de treinta años, sigo intentando descifrar qué matices tiene ese color “especial” con el que Los del Río definían Sevilla en 1991. En cambio, a la hora de hablar de Barcelona, no titubeo al afirmar que es una urbe capaz de colorear de snobismo todo aquello que se cruce por su camino; como, por ejemplo, un simple pincho de tortilla.
La tortilla (rellena de lo que a uno se le antoje) es la tapa ideal para repostar en la barra de una taberna mientras realizas la clásica parada técnica antes de volver a arrancar el motor y seguir pilotando tu ajetreada vida. En muchas ciudades españolas, por no hablar de aquellas localidades a las que a duras penas se llega en transporte público, la tortilla que encuentras en los bares cumple con un par de mínimos de calidad incuestionables: cremosidad y precio popular.
En Barcelona no somos de término medio. Lo más habitual es toparse con pinchos a 4.50€ que ofrecen esos bares que, al entrar, todo indica que hasta el alma mustia del camarero está de liquidación. Afortunadamente, son pinchos que puedes engullir gracias al chusco de trigo que los acompañan; un pan que se ha comprado a precio de posguerra en alguna franquicia de dudoso prestigio perceptible a salir en Equipo de Investigación. Por otro lado, y contándose con los dedos de las dos manos, encontramos “las mejores tortillas de Barcelona”, que cuestan como un maldito steak tartar y se presentan a la gran ciudad como si estuviesen elaboradas con huevos de dragón.
Esas “mejores tortillas de Barcelona” solo cumplen con uno de los criterios: la cremosidad. Me da igual que chilléis y me digáis que, en ese bar, en lugar de batir, menean la mezcla realizando círculos hipnóticos y envolventes; no me amedrantaréis con que el toque especial lo consiguen chasqueando de forma irregular las Kennebec. La melosidad de una patata bien pochada y empapada de huevo es lo único que necesita nuestro paladar, y ni la subida galáctica del precio del aceite de oliva justifica las puñaladas que meten estos garitos que lideran los podios creados por medios digitales.
El pincho que te regalan con el café en cualquier after de León por 1,60€ no tiene nada que envidiar a estas tortillas “marca Barcelona”. Tampoco las vamos a relacionar con las de Casa Dani (Mercado de la Paz, Madrid) por su calidad y precio más que modesto, que las comparaciones siempre son odiosas.
Las mejores tortillas son aquellas que, además de cumplir con los mínimos mencionados más arriba, destacan por la humildad de no pretender liderar ninguna clasificación. Pasan desapercibidas entre hordas de influencers cegados por un algoritmo dictador que entiende de colores y contrastes, pero carece de buen gusto. Como la que preparan en el Nou Sanllehy todas las mañanas (Av. de la Mare de Déu de Montserrat, 22) o la de La Cañada (C/ Bòbila, 5).